lunes, 16 de abril de 2012

El fin o el comienzo de una leyenda



Tandil, 29 de febrero de 1912

Estaba entregando las últimas encomiendas del día cuando recibimos una noticia terrible: La Movediza se había desplomado.
Yo la había observado muchas veces, a lo largo de mi vida; una mole de piedra de cuatrocientas toneladas, balanceándose sobre la punta de un despeñadero, desafiando la gravedad. Los años pasaban y ella seguía allí, bailando levemente, como si un latido interno la sacudiera; como venía haciéndolo desde el principio de los tiempos.
Cuando escuché la noticia, pensé que se trataba de una mentira o una broma de mal gusto, y tuve que ir a comprobarlo con mis propios ojos.
Era una multitud la que tomó esa tarde el camino hacia la cumbre, con una expresión incrédula y triste en los rostros.
Muy cerca, caminaba a buen paso un visitante de la capital que ya había tenido la oportunidad de tratar personalmente: Don Ricardo Rojas, escritor y cronista del diario La Nación. En su cara se leía el desconcierto, y acaso la sorpresa que el destino le había deparado: Estar en Tandil el día en que La Movediza dejó de moverse.
-Cuénteme, Don Antonio –le decía en ese momento a un baqueano de pelo blanco que subía con él-, esa historia que sus abuelos sabían sobre la piedra…
Y el rostro curtido del viejo entonces se iluminó, su  mirada se volvió la de un gurisito que recuerda, arrobado, una historia maravillosa.
-Hace mucho tiempo, antes de que llegaran los blancos, mis antepasados vivían en estas sierras, a orillas del río. A toda la zona la llamaban Tandil, porque un gran cacique llevaba ese nombre.
La roca ya estaba cuando ellos llegaron. Y vieron que se empezaba a mover apenas la tocaban los rayos del sol, pero nunca se caía. ¡Qué se iba a caer, si uno podía treparse con todos sus amigos y saltarle encima del lomo, y no se corría ni un cachito del lugar! Era cosa de magia. Ni el viento la tiraba, ni la tormenta.
-Yo averigüé –le interrumpió el escritor- que hace ochenta años le pegó un rayo…
-¡Si señor! Y le arrancó un buen pedazo. Pero ni aún así se cayó… ¿Y sabe por qué? Por el corazón de Mini…
-¿Cómo es eso..?
-Aquel cacique llamado Tandil tenían cinco esposas, y la ley de la tribu decía que cada tanto tiempo debía dejarlas libres y elegir otras cinco. Pero Tandil estaba muy enamorado de una de ellas, que se llamaba Mini, y quiso conservarla. Aunque tuviera que luchar por ese amor. Se enfrentó al consejo de ancianos y al pueblo entero, pero no hubo caso. Tandil murió en la pelea y a Mini la ataron a la piedra como castigo, porque ella tampoco quería dejarlo. Después eligieron otro cacique y siguieron adelante…
-¿Y qué pasó con Mini? –preguntó Don Ricardo.
El anciano sonrió misteriosamente.
-Mini murió allí, pero su corazón siguió en La Movediza para siempre. Latiendo, tratando de liberarse. Ahora que lo ha conseguido, puede ir a reunirse con Tandil…
Cuando el anciano calló, y fue a reunirse con los suyos, vi que habíamos llegado a la cumbre. Allá abajo se veían los pedazos de la piedra, como un corazón partido.
Don Ricardo comenzó a tomar notas para un artículo, que se llamaría “La piedra muerta”. Le pregunté qué pensaba de la leyenda de Mini.
-No estoy seguro –me contestó-, si hemos sido testigos del fin de una leyenda, o de su comienzo…

Enrique Melantoni
2010



Nota: El artículo de Ricardo Rojas fue publicado por La Nación el 1 de marzo de 1912.

El nombre Tandil es la suma de dos palabras en araucano, que podrían significar “piedra que late”