miércoles, 11 de junio de 2014

Fábulas de Esopo, en dos versiones

Dicen que las primeras fábulas se contaban en la Mesopotamia, dos mil años antes de Cristo. Se trata de historias protagonizadas por animales. De los autores reconocidos, el más antiguo es un esclavo de Asia Menor llamado Esopo, que fue vendido en Samos al filósofo Janto. Aunque los años transcurridos desde ese entonces vieron surgir innumerables adaptaciones, en prosa y en verso, y se sumaron los autores anónimos (como en las fábulas de origen indio que se publicaron en la Disciplina Clericalis de Pedro Alfonso) y los autores ilustres, como Leonardo da Vinci, son las fábulas de Esopo las que más han resistido en Occidente los vaivenes de la historia, desde su nacimiento hasta nuestros días.

Fábulas y antifábulas

Esopo tenía fama de ser un gran contador de historias, 
en las que los animales hablaban y eran los principales protagonistas.
Historias que hacían pensar en la diferencia entre actuar bien 
o actuar equivocadamente.

En este libro, le cuenta a un grupo de niños una serie de fábulas,
esperando recibir reconocimiento por sus enseñanzas.

Sin embargo, lo que recibe son críticas,
cuestionamientos y preguntas.

Al ver que se encuentra ante oyentes tan exigentes, 
decide reversionar sus historias, volviéndolas más complejas y completas.

¡Logrará satisfacer así a sus oyentes? 

Uranito Libros, 2013


Fábulas enganchadas

Doce fábulas clásicas donde los narradores son también los protagonistas.

Doce relatos que se van hilvanando, donde cada personaje nos invita 
a seguirlo en sus aventuras.

Uranito Libros, 2012

Cuentan los popoches

De las diversas recopilaciones de la tradición oral que se han editado, una de mis preferidas es "Cuentan los mapuches" (Ediciones Nuevo Siglo, 1995). En una línea ligeramente distinta, se me ocurrió contar las historias de un pueblo de quién sabe dónde, con su cultura, sus tradiciones y creencias. El que sigue es un fragmento que fue producido y televisado por Canal Encuentro.    

Para ver el material emitido por Paka Paka, ir a: http://www.youtube.com/watch?v=_CDIKS46zJY

O leerlo a continuación.


Para viajar al país de los popoches (Turru popochi, o “Popochelandia” como le dice mi sobrinito), se necesita algo más que un boleto de tren o de micro. Hay que tener sed de aventuras.
Pero ojo, porque esta sed no se calma con una botellita de aventuras comprada en cualquier almacén, sino con un buen paquete turístico de aventura.
Para alcanzar sus tierras, el viajero previsor debe tener a mano un vehículo todo terreno, un bote, una bicicleta y un avión de papel de tamaño natural. No cometan el error del profesor Pérez, del Museo Arqueológico, que llevó todo menos el papel para el avión y todavía se está lamentando.
El procedimiento es así:
Una vez que se bajen del vehículo en medio de sus territorios, (mucho pasto y cielo, unos árboles a lo lejos, alguna montaña en el horizonte), van a ver un habitante del lugar.
Pero él no los va a ver a ustedes, porque estará durmiendo. El sueño es algo muy importante en todas las culturas, o debería serlo. Si ustedes están de acuerdo con esto, no intenten despertar al durmiente.
Tienen que sentarse cerca (si trajeron una silla mejor) y esperar.
Aquí los métodos difieren.
El profesor Pest de Budapest aconseja esperar despierto. La doctora Genoveva de Acanomás, por el contrario, dice que es mejor dormir una siesta.
Nosotros recomendamos lo segundo, porque si el popoche se despierta y nos ve ahí, sentados, mirándolo fijo, seguro que hará lo mismo que cualquier durmiente de cualquier cultura que se despierta y encuentra a un desconocido que lo mira fijo: Se asustará y saldrá corriendo y entonces… no lo encontraremos más. En cambio, si dormimos cerca, él soñará con nosotros y nosotros con él y ahí comienza la aventura.
La lengua popoche (turrudungun, la llamaban otros pueblos) no es como la nuestra. Se valen de silbidos, gestos, volteretas, juegan a la estatua… Pero se les entiende todo. Claro que, hablando así, una discusión sería muy larga y agotadora, así que los popoches decidieron estar siempre de acuerdo.
Para simplificar, voy a traducir todos los diálogos y los nombres a nuestro idioma.
Es probable que al vernos el lugareño nos pregunte:
-¿Cómo te llamás?
¡No contesten jamás a esta pregunta! Pongan cara de:
-No sé…
Así conseguirán ser bautizados con un nombre popoche, que es la única manera de seguir el viaje.
Después que nos ponga nombre, nos preguntará si trajimos papel para hacer el avión.
(Esta fue la última anotación en el diario de viaje del profesor Pérez, que se dejó el papel en la casa y se despertó solo, en el medio del campo, sin poder recordar siquiera su nombre en popoche.)
Nosotros, que somos más previsores, le entregamos el papel y lo dejamos armarlo.
Ahí nomás, como si fuera un ingeniero aeronáutico, va a hacer los dobleces necesarios para construir un planeador, lo va a atar en nuestra espalda y nos va a pedir que subamos a la bicicleta. (Por favor, ¡díganme que no se olvidaron la bicicleta!)
Pedaleamos unos metros y el avión de papel, como si fuera cosa de magia, nos levanta por el aire y se pone a dar vueltas. Al cabo de unos minutos volvemos a tocar tierra, exactamente en el mismo lugar donde despegamos.
La diferencia es que ahora hay todo un pueblo popoche para recibirnos con alegría, como si fuéramos un primo que vuelve de lejos.
Nos abrazan, nos dan la mano, nos guiñan el ojo o fruncen la pera. (Esta última es una costumbre muy popoche que a nosotros, sin práctica, no nos sale).
El popoche es un pueblo original. Aunque no tienen literatura, cuando deben tomar una decisión difícil le piden al brujo de la tribu que les cuente un cuento.
Yo escuché algunas de esas historias y parecen de ciencia ficción, porque siempre transcurren en el futuro.
El brujo cuenta que ve a Ubaldo, o Cirilo, o quien sea que hace la consulta, arreando muchas vacas, o viviendo en un palacio, o buscando un poroto en el fondo de una bolsa. Y de acuerdo a lo que cuenta, el que hizo la consulta decide qué camino tomar. Si les gusta lo que el brujo ve en su futuro, siguen adelante con su decisión, o no. Y si no les gusta, siguen adelante con su decisión, o no.
Me contaron que una vez, el brujo vio a Cirilo dueño y señor de un gran edificio, lleno de empleados que trabajaban para él. Cirilo era el jefe de todos. Y cuando la historia terminó, Cirilo dijo que no haría el negocio que le habían propuesto, porque si ese era el futuro que le esperaba, no le interesaba. Y se fue al río a pescar.
Otra actividad muy importante para el pueblo popoche es soñar. Como no hay diferencia para ellos entre un mundo y el otro, lo primero que hacen a la mañana al despertar es contarse los sueños de la noche anterior. Cuando vuelven a dormir, sueñan que despiertan en otro lado y también cuentan lo que hicieron durante el día anterior.
Hace mucho tiempo que tratan de decidir si un mundo es más real que el otro, pero todavía no están seguros.
—Es que a veces se encuentran dos amigos que tuvieron exactamente el mismo sueño. Entonces no sabemos qué pensar -me dice el popoche que conocí al principio del viaje-. Yo estuve toda una tarde buscando unas flores que cantaban cerca del río, porque me gustaba la música que hacían, pero estaban en el otro mundo…
Podría contarles muchas cosas más sobre este pueblo. Si las supiera. Porque tanto escuchar sobre los sueños me dio ganas de dormir a mí también. Cuando desperté, ya no estaban.
Así que saqué unas fotos, tomé algunas muestras del terreno y me volví a casa, planeando mi próxima visita.

Sé que en los círculos académicos no creen mi relato. Pero si piensan que lo inventé, pueden venir a escuchar dos flores que cantan en mi jardín.

Hacen unos contrapuntos muy bonitos.

©Enrique Melantoni - 2013

Leyendas de los mares del mundo

A veces, para contar una buena historia, hay que invocar la voz de un guerrero, 
de una anciana, un águila, un árbol, un ratón... 
O vestirse con la piel de un amauta, storyteller, rapsoda, runoya, manaschi, fili, 
según las necesidades de la narración.
Entonces se puede ver con nuevos ojos una antigua o reciente leyenda, 
reavivar las llamas de un viejo cantar de gesta 
o ver el nacimiento de un mito desde los ojos de un chico.

De eso se trata una de las últimas colaboraciones Repún-Melantoni:

Leyendas de los mares del mundo
Mandioca - 2013


No solo hay sirenas y monstruos en los mares. 
También hay semidioses enamorados, 
en barcos hechos de madera, viento y deseo. 
Hay ciudades costeras donde algunos de sus habitantes 
nunca pisaron la playa. 
Hay dioses y demonios luchando por la inmortalidad 
en océanos de leche.